22 de junio de 2010

ronaldo


De nuevo en el bar. Es el entretiempo de México-Uruguay, y en la televisión aparece el comercial de la estatua gigante de Ronaldo.
“Detesto a ese tipo”, dice el barman, y todos asienten.
La antipatía no se origina en su juego, que deslumbra, ni en sus triunfos. Se origina en sus yerros; o mejor, en el melodrama que hace cuando yerra.
Cada vez que un disparo suyo golpea el palo o es deviado por el arquero, Ronaldo odia el universo. Alza la cara con desprecio, indignado, como si el destino hubiera intervenido para destruir su perfección… ¡son los dioses, que están en su contra!
Tiger Woods suele adoptar una actitud similar cuando la pelota de golf le desobedece. Tanto él como Ronaldo parecen divertirse poco cuando compiten.
En el partido contra Corea del Norte, sin embargo, Ronaldo fue un jugador diferente. Sonrió mientras sus compañeros de equipo anotaron cinco veces, y al final el universo lo recompensó con su primer gol del torneo. El balón rodó por su nuca, encontró su pie derecho y, luego, la red.

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