15 de junio de 2010

la camilla


Segundo tiempo de Italia contra Paraguay. Luego del gol del empate, Italia se apodera de la cancha y mete a Paraguay en su propia área. A seis minutos del final, el mediocampista paraguayo Jonathan Santana está en el suelo, cerca de la raya lateral. No se sabe por qué cayó. Está sentado, manoteando, y el árbitro detiene el juego y se acerca a él. Todos nos acercamos. Se puede ver que Santana está diciendo algo. Está haciendo unas señas muy particulares. Parece que pide una camilla. Señala su pierna y da a entender, en efecto, que le gustaría que la camilla viniera por él.
Cuando un partido ya está por acabarse y el equipo de uno necesita mantener el marcador a toda costa (y el contrario ataca a todo pulmón), no hay nada mejor que ver al árbitro alzar la mano para ordenar la entrada de los camilleros. "Espero que no sea una lesión grave —piensa uno—, pero ¡gracias a Dios!" Porque entre que entran, atienden al jugador y salen se pierden de dos a tres minutos y, lo más importante, el partido se enfría.
Lo de Santana llama la atención porque hoy en día los jugadores saben que la falta o el calambre deben ser de marca mayor para que un árbitro llame a los camilleros, y más todavía si es en territorio neutral.
Cuando mi papá me llevaba al estadio, a finales de los setenta, la aparición de la camilla era de lo más común; y lo que es más significativo, los camilleros solían ser las cuatro personas más pequeñas y pesadas que se podían contratar para el oficio. Salían del algún rincón del estadio y, aunque corrían, parecía que no avanzaran. Era un momento como de circo. Los seguidores del equipo visitante veían eso y comenzaban a desfilar hacia la salida.
El árbitro de Italia-Paraguay, el mexicano Benito Archundia Téllez, se negó a llamar a los camilleros, por supuesto, y los paraguayos tuvieron que seguir defendiendo el arco con el balón en juego.

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