3 de julio de 2010

alguien, algo


El viernes pasado, Ghana atacaba como un equipo grande al final del segundo tiempo extra. Tenía a Uruguay metido en su área con una demostración brillante de técnica y fortaleza física, y consiguió que la última jugada fuera un tiro libre a su favor.
El penalti que resultó de ese tiro libre, por la mano de Luis Suárez en la raya, ya está siendo discutido desde todos los ángulos imaginables, pero lo que yo no logro entender es cómo hizo el árbitro portugués Olegario Benquerenca para que se cobrara tan rápidamente.
Un penalti en el último segundo de un partido de cuartos de final empatado a uno, más la expulsión de uno de los mejores delanteros del torneo, tendría que dar para varios minutos de desorden.
No fue así. En un dos por tres, Suárez salió de la cancha, los equipos se organizaron fuera del área y Asamoah Gyan y Fernando Muslera se ubicaron en donde les correspondía.
Nunca se había visto eficiencia igual, y por desgracia, a nadie se le ocurrió proteger a Gyan.
Los últimos minutos de Ghana habían sido tan fantásticos, tan fuera de serie, que todos los jugadores estarían volando seguramente. Alguien de ese equipo tendría que haberse tirado al suelo con un calambre o haber visto una cámara enloquecida detrás del arco o haberle preguntado al árbitro alguna estupidez, no sé, cualquier cosa con tal de enfriar un poco la cabeza de Gyan.
Medio minuto habría bastado. El penalti se habría convertido en gol, el mejor de los dos equipos habría ganado y nadie estaría discutiendo hoy acerca de la ética deportiva de Suárez.
Ghana salió por no recurrir al teatro cuando había que hacerlo.

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